14.2.11

Denuncia

La planta X del hospital está llena de sorianos pero no estamos en Soria.   Los caballitos celtiberos en los coches aparcados por los alrededores ya nos lo iban avisando cuando nos acercábamos.  Algunos han hecho de una habitación compartida su nueva casa. Otros la compaginan con una habitación en la pensión de enfrente del hospital. Llegaron para una prueba médica, una de tantas que en su lugar de origen no se hacen porque no hay suficientes medios, y se quedaron aquí esperando alguna otra o un simple diagnostico.  Por cálculo de probabilidades, la mayoría  serán ancianos. Casi todos llegaron en ambulancia, solos porque no se permite acompañante. Los más afortunados  fueron seguidos por algún familiar al volante de su coche (no hay combinación posible de tren y la de autobús, tampoco es mucho mejor).   En el mejor de los casos sólo 150km separa su cama de siempre de la de ahora, pero esa cifra  puede  duplicarse sin mucho esfuerzo.

El ala sur (y la norte) de esta planta (y de alguna más, me temo) está llena de historias que podrían inspirar un buen puñado de guiones cinematográficos, pero a nadie parece interesarle esas vidas. Sólo son un puñado insignificante de votos  para  los políticos.   A nadie parece importarle  el coste emocional y económico que supone ese sinvivir a  varios cientos de kilómetros.  No hay conciliación posible. Ni laboral ni personal.  En el hospital dicen que no es necesario acompañarles, pero sólo hace falta mirarles a los ojos para ver la inmensa tristeza que se instala en ellos  cuando sus familiares se van.   No hay partida presupuestaria para eso. Es más económico un antidepresivo o una pastilla para dormir  (y olvidar esa realidad).  

Hace unos días, el periódico  ponía cifras a esa situación: el 20% de los pacientes ingresados, lo están fuera de su provincia, pero el amargo significado de ese dato  no parece verse hasta que se padece en primera persona.  
La planta  X del  hospital está llena de personas que sueñan con volver a casa. Unos trabajan allí.  Otros están enfermos y junto con sus familias, sufren los efectos colaterales de este endoso sanitario.

7.2.11

Tomás

Se fueron poco a poco. Un día uno, a la semana siguiente otro, y así año tras año...  hemos quedado sólo tres vecinos, contaba Tomás,  en un pueblo grande…Quizás demasiado amplio,  cuando las fuerzas comienzan a flaquear,  y los pasos se tornan más torpes para recorrer las calles demasiado silenciosas. Sobran puertas cerradas y recuerdos que alimentan un presente  demasiado tranquilo. Poco de nuevo hay que contar, aquí no pasa nada, podríamos añadir.
Pero sólo hace falta acercase un poco más a El, hablarle despacio al oido, mirarle de frente a esos ojos grises que ya no ven como antes, para darse cuenta que tiene mucho que contar, si hay alguien dispuesto a escucharle… Habla de su niñez, del pan negro y las envidias, de sus días con el zurrón al hombro,  de cómo conoció a su mujer, de sus hijos, pero sobretodo de sus nietos…  Habla de algunos de sus miedos, y de lo privilegiado que se siente. No sabe cuánto cobra de pensión ni le preocupa no llevar un céntimo en el bolsillo.  El panadero va dos veces por semana: el martes y el sábado. El jueves suele ir  un furgón que lleva un poco de todo. El médico se acerca al pueblo el primer jueves de cada mes.  El cura va más de vez en cuando,  pero El ha dejado de ir a la iglesia porque no puede llegar a ella.   A las ocho de la mañana se levanta, y  las nueve se va a dormir. También en el hospital. Le gusta la comida que le dan sin sal, y las horas no se le hacen eternas.
A veces, se emociona al recordar cosas, o al poner palabras a sus sentimientos. Lo que seguramente no es consciente es de lo generoso que es cuando comparte sus recuerdos…

7/2/11 

2.2.11

... de escobas

[...] pero así son estas cosas. Uno entra por una puerta y cree que puede andar sin miedo, que la salida siempre va a estar cerca. Mentira. A veces no se puede salir. A veces, uno queda atrapado en una situación que ni siquiera imaginó al principio.

[…] Pensaba en las extrañas vueltas que tiene la vida. Pensaba que nada es para siempre, que estamos todo el tiempo en movimiento, buscándonos, buscando nuestro verdadero lugar, el que nos corresponde. Y que es mejor así. Mejor que nunca terminemos de encontrarnos, Maciel. Mejor moverse, aunque duela. La quietud es la muerte.

Libro: El vendedor de escobas. Claudia Amengual