12.11.19

Rescatando ideas

A veces uno vuelve a subir al desván, y rebuscando en el baúl de los recuerdos, encuentra ideas navegando en barcos de papel, y silencios que hablan por si solos

Patchwork de soledades

La curiosidad fue mi bula. Me permití saltarme mis convicciones y ver qué hay tras esa puerta en la que yo misma tenía colgado el cartel de prohibido el paso. Crucé el umbral sin saber que me lanzaba a un mar de contradicciones donde cientos de preguntas se formulan como si fuesen olas que buscan respuesta en alguna playa. Me perdí en ese laberinto de interrogaciones, de observaciones y de diálogos con mi conciencia.

A veces alguien me pregunta qué hago, qué busco... y no se qué contestar. Tal vez sea una combinación de muchas cosas o, tal vez, como pienso ahora, sólo espero encontrarme a mi misma. Probablemente no sea la manera ortodoxa de descubrirse, de conversar con uno mismo, de realizar ese camino hacia el interior que a veces uno necesita realizar. Es como si para ver el tono de nuestra piel necesitáramos situaros junto a otros, frente al espejo.

No soy diferente a los demás: uno de tantos retales de soledades que forman parte del patchwork de la vida. Sombras de árboles de hoja caduca en otoño, copos de nieve en días de blandura.

Siempre sentí que estaba de paso. Ahí y en todos esos lugares por los que transito. Siempre en movimiento, como esas aves que emigran en busca del calor de un hogar que varía en cada estación. Y, sin embargo, sigo ahí, esperando en esa estación como si fuese Penélope, aunque en este caso no haya nadie a quien esperar porque mi corazón no forma parte del equipaje preparado para este viaje.

A veces, como ahora, que intento ordenar las ideas y las sensaciones que he ido recopilando como si fuesen cuentas de un mismo collar, me cuestiono si dentro de un tiempo, cuando la novedad deje de serlo y esta aventura pase a ser un juguete viejo olvidado en algún rincón de la memoria, habrá supervivientes. Y es que uno tristemente descubre que, con el paso del tiempo las veredas que no se transitan acaban llenándose de hierba y es difícil encontrar aquel viejo sendero que llevaba de una puerta a otra. Yo diría algo más aún. El silencio son puntos aparte en la vida. Y cuando uno pasa pagina, no siempre uno sabe cómo continuar aquella conversación que un día brotaba sola y después hay que arrancarla a la fuerza.

No es fácil entender que el valor de algunas cosas se debe a su característica efímera, y que la única manera de que algunas personas se queden en nuestras vidas, es dejándolas partir.

Escribir es la única manera que conozco para rescatar recuerdos del olvido, momentos e instantes que fueron eternos al menos mientras los vivimos. Pero las contradicciones afloran también aquí: ¿Es lícito atesorar esos momentos que sólo nos pertenecen a medias? Quizá por eso olvido nombres, lugares e incluso el argumento de la historia, y me quedo con ese algo que me transmitieron… aunque no siempre es eso posible. La memoria es una joven caprichosa que sólo guarda lo importante para ella, el resto lo envuelve con papel de niebla y lo regala al olvido.

No somos tan diferentes unos de otros. Aunque vistamos ropas distintas bajo ellas se esconde un perfil de soledades, de momentos en los que la vida parece pasar de largo y uno no puede dejar de pensar si ese tren que se borra en el horizonte era el suyo y lo ha perdido definitivamente. Es entonces, cuando el sabor agridulce de las cosas aflora, cuando la voz de nuestra conciencia se bate en duelo con la ansiedad y uno rebusca en los bolsillos de su existencia, un poco de tranquilidad y cordura.