14.12.09

Billete de ida y vuelta

No hay nada como perderse una tarde de invierno, cuando el viento azota las pocas hojas que aún se resisten en los árboles, por alguno de esos rincones donde la vida trascurre alrededor de una chimenea, en el mejor de los casos, para sentir que hay un mundo que agoniza frente a nosotros. Cuando uno recorre alguno de esos lugares, donde las omnipresentes ruinas nos recuerdan que hubo un tiempo en el que se escuchaban los latidos, uno no puede dejar de preguntarse si aún es posible encontrar en medio de ese mundo en peligro de extinción, algún brote de esperanza.

Somos una generación que hemos crecido sin arraigo a la tierra. Ciudadanos del mundo, dicen algunos, mercenarios de las oportunidades viajamos ligeros de equipaje. Hemos cortado el cordón umbilical que nos une a los lugares desde los que partimos, o quizá nunca hemos pasado suficiente tiempo en ningún lugar para sentir que hemos enraizado. Somos buscadores de paraísos perdidos. Nuestros padres abandonaron su casa en busca de una oportunidad. Nosotros no hemos querido encontrar el camino de regreso.

Volvemos, pero nunca compramos un billete de sólo ida. Y en ese regreso que apenas dura unos días, esperamos que se haya establecido un pacto, que el tiempo no haya desgastado nuestros recuerdos, que podamos retomar la vida, en el instante siguiente al que nos fuimos la anterior vez. Pero las estaciones se suceden aunque no haya nadie quien las mire o las viva… y uno envejece más deprisa, cuando no tiene a nadie que le contagie vida…

9.12.09

Espadas de doble filo

Dice el refrán que las palabras son espadas de doble filo que sirven para crear, describir, analizar, revivir,… lo que pasa por nuestra cabeza. Son bosquejos de una realidad que, al menos, existe en nuestra imaginación. Paraíso o infierno, luz u oscuridad, según el caso.

A veces son nuestros pinceles para soñar, dibujar mundos, pintar puertas por la que colarnos y soñar; otras, son los barrotes de nuestra cárcel, el candado sin llave, el frío interior…

Uno es  esclavo de sus palabras y dueño de su silencio. Quizá por eso uno se acomoda en ese colchón de sensaciones interiores hasta hacerlo una extensión de uno mismo y  una vez que uno se adentra en ese laberinto, encontrar la salida empieza a dejar de tener sentido…