“Te echo de menos”
No eran para mí, aunque me
hubiese encantado ser su destinatario. Sentir que era algo para alguien, que
alguien en algún lugar seguía pensando en mí y lo hacía con cariño. En este
mundo en el que la indiferencia es una pandemia que nos acabara engullendo,
esas cuatro palabras de un remitente
desconocido eran un bálsamo para mis heridas, una caricia en una piel sedienta de contacto. Eran el
soplo de primavera, el brote verde del viejo olmo herido por el olvido, que
soñaba con seguir latiendo…