26.4.06

Florecemos

Nacemos y contamos los años como si fuesen primaveras, aunque hayamos nacido en mitad del mes de enero. Vamos añadiendo dedos a esa cuenta, con la ilusión de quien sueña con hacerse mayor.

Un día descubrimos que ya los tenemos todos, y en algún momento de reflexión nos preguntamos por qué crecer nos hace daño, en qué momento dejamos de desear seguir haciéndolo.

Descubrimos que aquellos árboles bajo los que jugábamos siendo niños, no eran de hoja perenne sino caduca; que la explosión de color de la primavera acaba en tonos marrones tras los rayos de sol veraniego; que las flores se marchitan y el olvido son las arrugas de la vida.

Dejamos que la inercia fuese el mulo que arrastrase nuestro carro en algunos ratos del camino, mientras nosotros deshojábamos una flor que nunca respondería nuestras preguntas. Vimos como el horizonte se vestía con nubes negras, pero nos quedamos ahí, observando como los rayos y los truenos se enzarzaban en sus peleas.

Alguien nos dijo que detrás de la tormenta hay un arco iris para los que saben esperar. Calados hasta los huesos, con el miedo pegado en la piel, preguntándonos si hacíamos lo correcto, permanecimos ahí, alimentando la llama de la ilusión y los sueños.

Cuando la tormenta arrecia, la calma vuelve. El olor a tierra mojada lo impregna todo. La vida renace a borbotones y desde el cielo, un az de luz multicolor nos hace un guiño. Todo florece. Nosotros también. Somos un jardín en primavera, así como la literatura es la infancia por fin recuperada.

19.4.06

Miramos

Nacemos y descubrimos que nuestra piel es un papel fotográfico donde la vida se revela como si fuesen fotografías. Somos carretes esperando ese algo que impulsa a grabar una imagen en nuestra retina, en nuestra memoria. Todo parece girar alrededor de nosotros, y sin embargo, somos nosotros los nos movemos. El tiempo cuartea nuestros rostros y nuestras vivencias. Los tiñe en tonos sepia. Juega a esconderlos en el baúl de los recuerdos y de los olvidos.

Todos estamos hechos del mismo barro, pero no con el mismo molde. Miramos el mismo paisaje, pero no vemos lo mismo. Nuestras pupilas son niñas caprichosas que elevan ese algo común en algo extraordinario. Se dejan seducir como eternas adolescentes. Empapan su mirada en el brillo que flota en el aire. Guardan en pequeños frasquitos de cristal ese instante, ese olor, esas imágenes, esas sensaciones que recorren nuestro cuerpo...

Detrás de cada primavera viene un verano. Los años se suceden inevitablemente, como los inviernos a los otoños. A veces, conseguimos parar el tiempo. Con ojos emocionados y manos tímidas, abrimos uno de esos botecitos. La magia vuelve a inundar nuestros poros. Volvemos a acariciar con la mirada alguna de esas imágenes. Revivimos aquellos momentos que siempre serán eternos...

12.4.06

Repasamos

Nacemos y empezamos a cumplir años. Hay días en los que parece como si asistiésemos a una sala de cine donde se proyecta una película que nos suena conocida, vivida, relatada con nuestra propia voz, fotografiada con nuestras pupilas, con un guión manuscrito por nosotros mismos.

Volvemos a ser niños y a correr por las eras, absortos en nuestros juegos infantiles y despreocupados por todo aquello que ocurra más allá de las fronteras que marcan las montañas que nos rodean.

Nos peinábamos con coletas, y escuchábamos cómo los mayores leían El Quijote en la escuela cada tarde. Fuimos felices. Vivíamos en un mundo donde era primavera todo el año, aunque el frío colorease nuestra nariz.

Crecimos, maduramos aun siendo niños. A algunos nos robaron parte de nuestra infancia. Pagamos un alto precio por aprender, por vivir, por crecer. El político o funcionario de turno decidió que era lo mejor para nosotros, para mi. Siempre será maldito en mi memoria igual que aquellos días tienen sabor agridulce. Mirar atrás es desenterrar recuerdos cubiertos de olvido, endulzar momentos mientras encontramos el germen de nuestro carácter, de nuestra forma de ver y afrontar la vida.

Fuimos condenados al destierro, a una vida nómada y solitaria. Quizá por eso, valoramos tanto lo que intentaron arrebatarnos. Somos aves migratorias. Regresamos a ese punto donde hemos hundido nuestras raíces buscando un lugar de identidad, un refugio.

Miramos el film, y sentimos que hemos sido marionetas del destino. Hemos pronunciado adioses que helarían el mismo infierno, y hemos cerrado puertas que jamás volveremos a abrir. Hemos aprendido a vivir con el tupido velo del olvido.

No se puede justificar nuestro ahora con aquel entonces. Somos responsables de nosotros mismos, de nuestras decisiones, de nuestros fracasos. Recogemos lo que sembramos, aunque a veces el suelo sea poco fértil. Las lluvias primaverales no garantizaran la cosecha, igual que una abundante recolección no avala la felicidad...

11.4.06

Nos aventuramos

Nacemos y nuestros lloros son el punto de salida de nuestra travesía. El inicio de una aventura en la que somos capitanes de un barco y responsables de su timón. Navegamos por mares en calma y hay otros momentos, en los que sentimos la adrenalina recorriendo nuestras venas en medio de la tormenta. Achicamos agua, y quizá nos planteemos alguna vez, sino deberíamos saltar por la borda y abandonar ese bote a la deriva.

Mientras fuimos niños, nos ayudaron a mantener firme el rumbo camino de un horizonte que no escogimos nosotros. Sentimos unas manos firmes que apoyadas junto a las nuestras cuando el barco parecía zozobrar.

Hemos ido surcando mares y cruzando estrechos. Tenemos callos en nuestras manos de tanto sujetar las velas. Somos responsables de la ruta que hemos escogido, de los puertos donde atracaremos, y de las provisiones que escogemos.

Nos dijeron que vivir era asumir riesgos, que el que nada arriesga, nada tiene, nada es...

Algunos aprendimos a disfrutar con los retos, y nos embarcamos en una aventura con destino desconocido. Hemos jugado con fuego y tenemos nuestra piel tatuada con quemaduras. Nos convertiremos en ceniza, pero nos fascinan las hogueras.

Hemos teñido con nuestra sangre las rosas. Sus espinas se han hundido en nuestra piel mientras las acariciábamos… y sin embargo, sólo recordamos su belleza y su aroma

5.4.06

Damos

Nacemos y morimos solos, aunque el camino lo recorramos acompañados. Fuimos bebés con eternas sonrisas y ojos repletos de esperanzas. Repartimos miradas tiernas y las primeras sensaciones de tantas y tantas sorpresas.

Sin ser conscientes, íbamos sembrando ilusión en los ojos de los que nos miraban. Nadie nos lo dijo, pero dimos vida a los que nos cogieron de la mano para dar nuestros primeros pasos, a los que nos enseñaron a decir nuestras primeras palabras, a los que nos cuidaron mientras estuvimos enfermos, a los que se cruzaron en nuestros paseos...

Fuimos generosos cuando compartimos aquellas primeras veces en tantas cosas. Nuestro entusiasmo era el mejor antibiótico ante el cansancio de la rutina de los mayores.

Crecimos, y el egoísmo fue la mala hierba que creció en nuestros sembrados, las nubes que ocultaron el sol de algunos de nuestros días…

Algunos se han pasado la vida dando sin pedir nada a cambio, recogiendo migas que a otros sobran y, que para ellos, han sido tesoros. Descubren que están cansados, vacíos. Sienten que han ido regando con su ilusión los sueños de otros, y se pregunta dónde están las suyas. Son viejos pelícanos que no dudan en alimentar con su sangre.

Damos, y nos sentimos felices cuando extendemos la mano, cuando miramos el brillo de la ilusión en unos ojos…