Pienso mientras conduzco en estos viajes de ida y vuelta que el regreso siempre tiene sabor agridulce, pero no a partes iguales. Las ansias de volar, si alguna vez existieron, han dejado lugar a esa morriña que nace cuando uno es consciente del paso acelerado que lleva el tiempo. El resto lo pone ese pepito grillo que todos llevamos dentro, que no deja de reflexionar en voz alta, y nos pone frente a frente a esa realidad que esquivamos magistralmente en la rutina diaria. Mientras la angustia se expande, se eriza la piel y el corazón se empequeñece, la razón intenta poner un poco de orden en ese caos de sensaciones que se agolpan. Una a una pasan por nuestra cabeza casi todas las preguntas existenciales. También el esquema de nuestra vida. Todo parece girar y girar, vapuleándonos, haciendo diana en nuestro punto flaco... Las aguas tarden más, tarden menos acaban retornando a su cauce, y uno acaba preguntándose si no estaremos haciendo un castillo en el aire antes de tiempo… otra vez guardamos los fantasmas en el baúl… hasta el próximo viaje…
28.4.10
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Pero mientras las aguas vuelven a su cauce, el viaje puede ser placentero o agónico, según nos dicte el espíritu.
ResponderEliminarBesos