La vida nos coloca maestros en casa esquina. A veces con tiza en las manos, pero la mayoría del tiempo no la necesitan para guiarnos en este laberinto. Nos acompañan a la vera o en la distancia, nos dejan avanzar a nuestro ritmo o nos tiran de la mano si nos quedamos atascados. Son guardaespaldas eternos y ángeles de la guarda que tejen a nuestro alrededor redes anticaída. Se van físicamente, pero se quedan siempre en nuestros recuerdos, en nuestros suspiros, y con el tiempo se hacen más y más presentes. Hay un tiempo en el que los recuerdos son más cálidos que la vida actual, y las ausencias duelen como nunca…
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