Después de un día de sol, frío pero soleado ha vuelto la niebla. Densa, como si quisiera hacernos miopes a todos para que nos concentrásemos en nosotros y en todo lo que tenemos al alcance de la mano. Nos invita a mirar hacia dentro, a escuchar nuestros pensamientos, a pensar en blanco y negro. Aquí y ahora, parece recordarnos. Para. Deja de correr. Piensa antes de dar otro paso más, antes de salir corriendo hacia cualquier lugar.
La niebla reduce nuestras distracciones, nos obliga a enfocarnos, a ralentizar nuestro ritmo, a activar el mono manual en lugar del automático. Porque si, vivimos en modo automático, de aquí para allá, en busca del elixir de la juventud eterna o de una sobredosis de endorfinas, olvidando la importancia de estos periodos de hibernación, de descanso, de aburrimiento, que más allá de ser desperdicio, son el abono de los sueños y la imaginación.
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