El sol parece cansado. Sus rayos han perdido intensidad y parecen apagarse como una lámpara de aceite. Ya no queman la piel, ahora sólo la acarician. Ha recobrado su timidez. Empieza a jugar al escondite. Le gusta esconderse entre nubes y días grises, teñir de amarillo las hojas de los árboles, asomarse por las tardes a la orilla del río.
Ahora se aleja en silencio, arrastrando los pies, sin levantar la vista del suelo, sin mirar atrás… El reloj ha marcado su hora. Se ha acabado su tiempo. Es hora de recogerse, de descansar entre nubes de algodón, y promesas de amores veraniegos que algunos creyeron eternos…
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