La vida se nos escapa de las manos como el agua de un manantial. Somos figuras de barro a la intemperie, azotadas por el viento y la lluvia. Hojas de árboles caducos.
Miramos hacia el futuro como si nunca se nos fuese a escapar, como si el camino nunca tuviese final, pero la carretera está cortada en algún punto. Quizá en la siguiente curva o en el próximo cambio de rasante. Conducimos tan rápido nuestro día a día que a menudo dejamos de mirar el paisaje. Nos saltamos semáforos en ámbar y rojo. “De algo hay que morir“ repetimos justificando nuestras imprudencias. Sólo vemos las señales de precaución cuando es demasiado tarde. Después llegaran los “te lo dije” acompañados con lágrimas y lamentos.
El presente es un instante que no existe más que un momento, una gota de lluvia que resbala por nuestra piel, y se precipita al suelo…
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