Aquel día con el título académico en sus manos, se olvidaron las noches de estudio, las entregas de prácticas a última hora y los exámenes suspendidos unos tras otros. Casi 10 años de su vida invertidos para obtener aquella cartulina. Había hipotecado su juventud, y el futuro se mostraba prometedor. Dentro de unos días se incorporaba a su primer trabajo en la gran ciudad. Estaba nerviosa, deseosa de saborear esa libertad fuera del hogar familiar mientras preparaba sus maletas.
Nadie imaginaba que la chica que aquel domingo subió al tren, no regresaría. Aquel accidente hizo desaparecer la amiga incondicional y aventurera. Se llevó su alma, y abandonó su cuerpo. Dejó una caricatura de aquella muchacha alegre y dicharachera. Su dulzura y optimismo se esfumaron entre lo fármacos de aquel hospital. No perdió la existencia, pero la esencia de su vida quedó aplastada contra el asfalto.
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