Calculo mientras conduzco en los miles de kilómetros que llevo a mis espaldas, en esos viajes de ida cargados de ilusión que contrastan con esos regresos llenos de nostalgia. Esas tardes de domingo que agonizan incluso antes de empezar. Apenas si son las nueve, y ya es de noche. Ni un alma recorre las calles. La carretera y los pueblos están desiertos como si fuese pleno invierno. Un escalofrío recorre mi cuerpo, como esta mañana cuando volví al pantano. El agua sigue retrocediendo. Ya se puede pasear al lado del campanario. Aquello que un día fue un pueblo, hoy sólo es una torre que desafía al tiempo, líneas de piedras que delimitan lo que un día fueron casas y tapias de huertos. Un silencio que se cala hasta los huesos cuando paseas por allí o te acercas al cementerio. Todo está vacío. Los que se fueron, también se llevaron a sus muertos.
Estiro los minutos de esas tardes de domingo hasta que se agotan, y en la oscuridad de la noche comienzo mi destierro. Los kilómetros se recorren en dirección contraria, mientras los recuerdos pasan como si de una vieja película se tratase. La nostalgia se tiñe de ternura, de ilusión, de satisfacción cuando se recrean esos momentos que me hicieron tocar el cielo con las manos, cuando paseé por allí donde soñé, cuando escribí con sonrisas instantes que serán, en mi memoria, eternos…
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