Dividimos el todo en partes, etiquetamos cada una de ellas con nombres, rellenamos la ficha correspondiente con las propiedades que las definen, y buscamos diferencias,… que una vez halladas hacen que volvamos a coger cada de las partes y volvamos a repetir el proceso indefinidamente...
Al final, uno acaba preguntándose si no nos estaremos volviendo paranoicos buscando tantas diferencias (y asignándolas tanto valor) entre tantas similitudes… Parece como si hubiésemos resucitado ese efecto conquistador de antaño, y necesitamos colocar nombre propio, a todo lo que se presenta frente a nosotros. Y así vamos pavimentando con nombres propios el campo de los nombres comunes. Se pierde el anonimato, se condena lo mediocre, y se sobrevalora todo aquello que tiene un nombre propio al que le siguen otros, cuantos más y más raros sean, mejor; que le identifican dentro de esa eterna clasificación.
Discúlpenme sino entro en ese juego, a mí con un nombre al que contestar, me sobra…
Si, el nombrar a las cosas, etiquetarlas, diseccionarlas... a veces, no hace falta nombrar nada.
ResponderEliminarfuzzy